El Tiradito de Tucson perdura como un faro de fe y memoria
Mientras el Día de los Muertos y la Procesión de Todas las Almas reúnen a los habitantes de Tucson para recordar a sus difuntos, el santuario centenario de El Tiradito continúa brillando con velas encendidas por amor, pérdida y fe perdurable.
Al caer la tarde sobre Barrio Viejo, el suave resplandor de las velas llena el pequeño patio de El Tiradito, el santuario de los deseos de Tucson.
Los visitantes se detienen ante las luces parpadeantes; algunos para rezar, otros para recordar o simplemente para sentirse conectados con algo sagrado.
Con la reciente celebración del Día de los Muertos y la Procesión de Todas las Almas de este fin de semana, el humilde muro de ladrillos que una vez estuvo ligado a una trágica historia de amor se ha convertido nuevamente en un lugar donde los habitantes de Tucson se reúnen para honrar la pérdida, la esperanza y la perdurable fuerza de la tradición.
El nombre del santuario, “El Pequeño Náufrago”, proviene de una leyenda de amor prohibido y pérdida trágica. Con el tiempo, el lugar se ha convertido en un sitio donde la gente deja velas, notas y fotos en busca de sanación, buena suerte o perdón.
“Para mí, las velas son símbolos de súplica y respeto; ofrendas a Dios que le hacen saber que lo honramos,” dijo Mauro Trejo, historiador y experto en cultura de Tucson.
Teresa Shaar, dueña del Café El Minuto, ubicado al lado, comentó que aún siente una profunda reverencia cada vez que lo visita.
“Siento escalofríos cuando entro ahí,” dijo Shaar. “La gente sigue viniendo si alguien está enfermo o necesita algo. Me dicen: ‘Vinimos a comer después de visitar el santuario’. Significa mucho para este barrio.”
La familia de Shaar ha sido dueña del café por generaciones. Creció escuchando historias sobre el santuario y recuerda cuando tenía un aspecto más rústico y misterioso.
"Cuando era niña, la cera se derretía por todas partes y a veces, sin querer, lo prendíamos fuego," dijo entre risas. "Me gustaba cómo se veía antes de que lo arreglaran. Tenía ese aire antiguo."
También recuerda una versión de la historia que pocos conocen.
“La historia con la que crecí trataba de un triángulo amoroso entre un sacerdote y un matrimonio,” dijo. “El marido los mató y están enterrados tras el muro del santuario.”
Aunque la historia varía, una cosa permanece inalterable: la presencia de las velas. Cada día, la gente se acerca para encenderlas y mantener vivo el espíritu del santuario.
“El Tiradito representa la preservación de la tradición a través de un símbolo físico,” dijo Trejo. “El santuario es propiedad de la ciudad. No es un santuario católico ni recibe mantenimiento de ninguna iglesia. Pertenece, en un sentido muy real, a la comunidad y a las expresiones únicas de culto, espiritualidad y tradición que perduran.”
Ubicado en uno de los barrios más antiguos de Tucson, el santuario está rodeado de casas de adobe, calles tranquilas y murales que reflejan las raíces mexicanas y fronterizas de la ciudad.
No es nada elaborado, solo un muro, una puerta y cientos de velas, pero tiene un profundo significado para quienes lo visitan.
“Creo que es porque está en el registro histórico,” dijo Shaar. “Se ha restaurado a lo largo de los años y la ciudad se encarga de su mantenimiento. La gente está empezando a darse cuenta de su importancia.”
Al atardecer, los visitantes inclinan la cabeza en oración, tocan el muro o colocan fotos de sus seres queridos sobre los ladrillos desgastados. Capas de cera cubren el suelo, restos de velas que se han consumido por completo a lo largo de décadas.
Entre los visitantes nocturnos se encontraba Emily López, coordinadora de comunicaciones de Chicago, quien exploraba los sitios históricos de Tucson.
“Mi novio y yo vinimos porque estábamos haciendo el Sendero Turquesa,” dijo López. “Nunca había visto algo así en un lugar público. En casa, hacemos un pequeño altar para el Día de Muertos, pero esto se siente más grande, más abierto a todos.”
El Sendero Turquesa es un circuito de 2 1⁄2 millas por el centro de la ciudad que muestra la arquitectura y los monumentos emblemáticos.
López dijo que le había impresionado la paz que se respiraba en el santuario.
“Se puede percibir el profundo significado que tiene, incluso si no eres de aquí,” dijo. “Es como si pudieras sentir las emociones que la gente deja atrás.”
Trejo afirmó que la tradición de encender velas se ha mantenido notablemente constante durante más de un siglo, incluso a medida que el lugar se convertía en una atracción turística.
“La tradición de encender velas en el santuario se ha mantenido prácticamente inalterada en los últimos 100 años,” dijo. “También se convirtió en un lugar turístico, y creo que fue entonces cuando se produjo la transformación, tanto en nombre como en uso, al estilo americanizado de ‘santuario de los deseos.’”
Durante las celebraciones del Día de los Muertos del fin de semana pasado, las velas del santuario adquirieron un significado cultural aún más profundo.
Honrar a los difuntos con altares, cempasúchil y oraciones se ha convertido en parte de la tradición anual de Tucson, pero El Tiradito lo ha hecho discretamente, durante todo el año, por generaciones.
Sin importar la época del año, el santuario sigue siendo un lugar de consuelo y esperanza. Algunos creen que trae buena suerte o que sus oraciones son escuchadas; otros simplemente vienen a sentirse cerca de algo humano y eterno.
“Cada vez que voy al santuario, es diferente,” dijo Trejo. “He visto platos de comida, cenas precocinadas, peluches, mecedoras, camiones Tonka, santos y estatuas, pinturas y ropa dejada en el santuario. Nunca se ve igual.”
Topacio "Topaz" Servellon / Tucson Spotlight
Mohinur Mannonova es estudiante de la escuela de periodismo de la Universidad de Arizona.
Esta nota fue traducida por pasantes de la secundaria San Miguel y editada por Diana Ramos Sacaria, exalumna de la Universidad de Arizona, Directora de Iniciativas Bilingües y reportera de El Foco de Tucson. Contáctala en diana@tucsonspotlight.org.
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